Esta historia no sé de donde se me ocurrió y me parece escabrosa. Y en cierta forma sórdida: divertida. Una familia típica colombiana, ataviada de gorras y cachuchas y viseras; con ropas ligeras, exponiendo ese impúdico placer de la semi-desnudez que el altiplano obliga a ocultar; con viandas para el camino, los tíos, los primos, los abuelos y hasta el perro; empacados todos al vacio en, digamos, por decir algo, un Renault 12, o mejor, una Renault 12 break, en perfecto estado; inician viaje rumbo a algún paraje turístico nacional, digamos, por decir algo, tierra caliente, y atrevámonos a más, Villeta, o algo un poco más allá.
A una horita larga ellos han llegado al templado municipio de la vega. Han abierto las puertas del carro para el ritual de desentumirse del viaje y coger nuevas fuerzas para seguirlo, han dejado bajar hasta al perro. Entonces, cierran las puertas con criminal cuidado y raudos parten hacía las vacaciones prometidas. El perro, se ha quedado, a la vera del camino, digamos para no ser tan implacables: inocentemente olvidado. ¡Pamplinas! al mejor estilo europeo veraniego se han librado del pequeño estorbo, surtidor de pelambre, ruidoso cansón y caliente perrito.
Ha pasado la temporada de viajar y se vuelve a casa. Se sumerge la familia en el acolchonado calor del carro y se alistan en la palomera las prendas de algodón perchado, que cubrirán las ahora bronceadas piernas capitalinas cuando arrecie el frio. El viaje tiene ese saborcito amargo del final. Al llegar a un punto, digamos, para ser más dramáticos: La Vega, sucede lo inesperado. El cansancio, la pesadez, la modorra, el soroche; todo se confabula en contra del destino de esta familia y sufren un accidente. El carro estropeado y abollado se detiene y se niega a seguir el camino debido a las graves heridas. Los incómodos ocupantes del vehículo se soban las heridas y magulladuras, se quejan. abren las puertas, se apean a ver el desastre, y de pronto: lo increíble: El destino, ayudado por la sinrazón, el horror, el estupor, la ilógica, por todo.
De detrás de los matorrales a la vera del camino, emerge cansado, con facha de abandonado, un ovillo de pelos sucios ladrando con cierta alegría en los ojos. El perro, que no se había alejado mucho, reconoció el olor inconfundible de esa familia, su familia que inocentemente lo había olvidado, días atrás. Y sin ningún rencor, en acto humanísimo les brinda su cálida compañía.
Dos reflexiones: Más noble el corazón del perro que el de sus amos, que sin merecer su perdón y su afecto, los recibieron sin prejuicios ni juicios. Y segundo. Que bruto el perro, el único que vuelve a donde no es querido.