Segunda mordida

las macotas también se parecen a sus dueños

Viajaba yo en transmilenio cómodamente. (Aunque les duela, prefiero eso y no los pulgientos buses del transporte regular, hoy tan defendidos por algún sector, que espero no tengan afinidad por cierta especie) Como es normal el bus se va llenando y aparecen entonces dos personajes, que supongo subieron cada uno por una puerta distinta. Estas cosas, en la calle, pasan así: Cuando uno se entera, ha pasado la mitad, luego todo se desvanece y la gente sigue su rutina, sin siquiera agradecer.

Me sobresalté por los alaridos de dos sujetos de ropas muy normales, caras muy normales y que parecían tener vidas muy apacibles de trabajos tensos, comida en casa y ciclovía con perro. Alguno debió molestar al otro o viceversa, tal vez: y viceversa.

–¿Qué le pasa huevón?
¿Qué le pasa a usted?
Pues a mi nada, pero usted esta jodiendo, ¡O qué es la joda!
¡Pues diga a ver!
¡No pues fresco! ¿Qué tal éste?- miraba alrededor y señala con la palma como buscando aprobación queriendo formar alguna hinchada
–Noooo, este pendejito
–Ningún pendejo, nada
si claro ahí si se hace el huevón
¿qué tal ah?
eeeh!

Y así sin más siguieron su paso, cada uno hacia extremos opuestos del bus, como dos perros que se cruzan en la calle

-¡WOuf! ¡WOuf!
-¡Wauf wauf wauf wauf!
-¡WOOuf!
-¡wauf waufgrrrrrrr!
-¡GRRRRR!
-wauf
-Wouf

Y son halados por sus dueños, raudos en patines, que pierden los ojos en las nalgas apretadas de la niña del bicicletero azul.

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