Dignidad sobre ruedas

Esta vida lo va llevando a uno como por una senda definida previamente, lo convierte a uno en un juguete del destino, como ni siquiera Shakespeare pudo imaginar. Cada día se va muriendo un pedazo de ignorancia, ingenuidad, sencillez y felicidad en cada uno de nosotros. Esta vida no nos deja tiempo ni para los amigos, a quienes es más fácil ver a través de internet y comentarles las cosas impersonalmente a través de redes sociales, que después de todo no hacen sino magnificar una lista de personas que finalmente no es más que un inventario de conocidos, de quienes no sabemos nada, en vez de tener el ratito al frente de un café, un vino caliente y rodeados de una buena canción una noche cualquiera que decidamos conocernos un poco más.

En ese trasegar ambulante, casi ilusorio, he llegado al punto en que la casa de los padres no es más mi casa, sino la de ellos. Dónde si bien eres amo y señor, no tienes la libertad que la juventud desenfrenada demanda, ya sea para no ir a dormir nunca o para dormir demasiado con las personas que uno quiera, para hacer cochinadas consentidas y limpieza los fines de semana. Entonces, uno que se cree que la está haciendo bien, que sueña con la vida digna que parece posible, sale a la calle libreta en mano a mirar avisos de arriendo y venta. En ese pequeño primer paseo casi no pasa nada. Principalmente vas a enamorarte de un barrio…los que buscan barrios antes que funcionales departamentos. Entonces he ido a La Macarena, La Candelaria, a ese hermoso terruño que es el centro de Bogotá, algún día iré a La Esmeralda, al Park Way, a La Soledad y al Nicolás de Federmann. Pero empecé por el centro, que es lo que más me llama. Debe ser algo de ese volver al pedazo de tierra de la niñez, ese añorar las cosas sencillas, ese sitio al que iría Bogotá si algún día, por fin, envejeciera.

Las conclusiones son desastrosas, hay mil apartamentos y casas hermosas que te atrapan en un segundo, por la vista a los cerros y la cercanía a ese bar para dos, a esa casa de citas y a esa catedral, y a la vez hay miles de razones que te impiden soñar. Para cualquier mortal, que se crea bien pagado, una casa es el llamado natural a crear esa manada milenaria de los animales, esa familia que en principio soy yo, mis demonios y mis valijas.

Colombia es una patria extraña, de la que hoy en día no se puede decir ni ¡Viva Colombia! ni maldecirla. Cualquier posición te puede llevar a la trágica y macabra muerte del sicariato o peor aún, a la estigmatización en vida: guerrillero, uribista. Pero hoy me arriesgaré, ¿qué más hay que perder?: encontré un par de lindos sitios para vivir. El Hotel continental, el antiguo Hotel continental, con sus muchos pasillos, pisos, ventanales y ese rumor de pasadas glorias está renaciendo, se venden apartamentos tipo Loft, con una hermosa vista al Centro de cúpulas y a los cerros como cúpula, en una esquina que no me apasiona, pero que está más cargada de historia que cualquier parque verde de cedritos. Esa historia es la que uno pagaría. El periódico decía que el más barato de los Loft, de escasísimos 29 metros cuadrados, se vende en 106 millones de pesos: una barbaridad de la modernidad y el esnobismo seudo cultural que pulula en algunas esferas, pero que bien vale la pena, no más por vivir en el centro de la historia. Existe un hermoso portal en La Candelaria, una casa tapiada donde hay un apartamento muy moderno, muy minimalista, muy acogedor, resguardado por un centenario magnolio que lo cuidan más que a los pobres, que florece cada año más lentamente, que seguro nos sobrevivirá y a lo mejor no sepa que leímos un buen verso bajo sus brazos; 150 millones de pesos me alejan por ahora de ese placer antiguo de leer a la sombra de un árbol. Hace unos meses, me enamoré, de nuevo, de una espectacular mujer, de una dudosa dama que supo exactamente como meterse en mi vida y dejarme ver una pequeña parte de ella; El Salmona de humanas de mi alma mater fue el perfecto escenario de ese idilio, sus laberinticos pasillos y escaleritas, sus techos desnudos y sus piletas de aguas fueron testigos de esas tardes de amor infantil y puro. Si eso es enamorarse en un Salmona, vivir en uno, debe ser un mágico enamoramiento que se prolongue eternamente. Así que un dúplex en las Torres del Parque sería otro sueño propio, otro nido del que me separan, no solo la mítica vida del arquitecto, sino el amor que seguro profesan sus habitantes, reflejado en los ventanales de su majestuoso edificio desnudo de anuncios de venta o arriendo.

Seguí mi viaje de vuelta al hogar paterno. Y como en transmilenio, salvo por la negrita, nadie interrumpe con historias tristes, me puse a pensar y a leer avisos: Mis compañeros de universidad han salido todos a comprar carro nuevo en estampida. Los precios son sumamente bajos y los créditos son accesibles para cualquiera con casi presentar la cédula. Ellos argumentan el negocio, yo lo desbarato: pagar 20 millones por un carro que al salir del concesionario vale 18, cuyo crédito a 5 o 6 años drenara ¿27 millones? Puede ser, y que al venderlo me darán ¿14? digamos que sí. Y tendremos que esta gente, Ingenieros y todo, no tienen ni idea de lo que quieren: pavonearse con su flamante auto nuevo de 20 millones, modelo 2009, en julio del 2008. ¿No se dan cuenta acaso, que si es hecho este año y vendido este año no puede ser modelo 2009, que fue incluso diseñado por allá en el obsoleto 2005 o 2006? En fin, ellos no tienen la culpa. Colombia es un país donde para tener carro, tú cedula y un monto equivalente al 10% del precio es suficiente, como si la dignidad del hombre estuviera en el auto, donde ni los asientos traseros sirven ya para provocar un buen incendio pasional. En cambio, para tener tu pedazo de historia, ese techo de estalactitas, esas llaves que son alas del libertinaje, ese felpudo, esa mujer en el suelo de la sala, ese tocadiscos moderno en un rincón, esos libros por fin dispersos, necesitas el ahorro de toda una vida que cubra el 30% de la inicial, y 15 años más de vida en cuotas que atentan contra tu dignidad, que en cualquier momento te condenan a una batalla campal, la batalla del pobre contra el pobre. ¿Por qué, Pregunto hoy, no se ofrecen, en mi país, condiciones humanas para comprar vivienda digna? ¿Por qué la dignidad viaja sobre ruedas y no descansa bajo techo?.

Yo, particularmente no veo problema en pagar por 25, 30 o 40 años, como en muchas otras latitudes, por ese pedazo de tierra que sería sólo mío, por esas paredes a las que llenarían de vida mis demonios, mis valijas, mis amores, mis tristezas, mis amigos y por supuesto yo.


2 comentarios:

Anónimo dijo...

No sé de dónde has sacado que la dignidad viaja sobre ruedas, no tienes ni idea de lo que piensan los que en algún momento compramos un carro, validos tus conceptos .. pero no conoces a muchos de los que hablas.. me alegra ver que por fin buscas un futuro, un techo, un horizonte..

Ricker Silva dijo...

Creo intuir quien eres. Y conozco, en tal caso, tu maravillosa forma de ser, la afrenta fue dura, durísima ahora que releo, pero sé que hay muchos con suficiente en la sesera y a ellos los considero amigos cercanos y para ellos no van nunca este tipo de reflexiones. Ay mi pais, como dueles algunos días pero como te haces querer también.