Mi primera vez

Me hicieron entrar a una sala enorme, adornada por unas plantas y algunos cuadros muy conceptuales. Nunca pude interpretar esas cuestiones artísticas. Sentado en la cabezera estaba mi entrevistador con una actitud poco amigable. Pero asi debía ser. Todo el mundo me había dado consejos sobre eso. Compré un vestido nuevo en una tienda para esta entrevista y seguí casi todos los consejos, excepto algunos de unas tías que no saben nada de modas ni modales de esta época ni mucho menos del mundo laboral. Por nada del mundo usaría chaleco.

Me desesperan las salas de espera. Esta vez, en menos de 3 minutos, me hicieron seguir al salón y ahi estaba él. Con un ademán me pidio que me acercara. El saludo, cortes y sencillo lo devolví del mismo modo, sin querer ser ni confianzudo ni parco. Me senté en la silla que daba a un costado de la mesa y deje un puesto entre los dos y me fije en su ropa: una chaqueta de paño negra, una camisa blanca de cuello sumamente ancho que se posaba sobre las solapas de la chaqueta como palomas en el portón de un templo. Su apariencia intimidante, su mirada desde la cabecera, infundían respeto y quiza un dejo de temor. Su trato, en cambio, afable y relajado, había disminuido mis nervios.

La mesa de madera fina, estaba cálida por el sol que se filtraba por las ventanas. No se podía ver el exterior. Los ventanales, que cubrian dos pardes del salón, estaban cubiertas por unas persianas que había visto en un almacén hace días, romanas creo que se llamaban. El piso era en madera también y las paredes blancas inmaculadas, solo tenían aquellos extraños cuadros.

-¿Cómo es su nombre?

Acerté responder sin que se notará mi distracción. Me incorporé de inmediato.

La entrevista fue callada y metódica. Las preguntas fueron como balas contra el pecho. Preguntó por mis estudios, parecía conocer algunos de mis antiguos profesores. No se detuvo mucho en eso. Preguntó por mi familia, por mi vida sentimental, lo que me pareció algo atrevido.

Parecía nervioso. Me miraba rapidamente y volvia a mi hoja de vida. Parecía buscar algo que le disgustara. Preguntó por mi antiguo trabajo, una típica pregunta a la que dí una típica respuesta, muy formal, muy diplomática.

Y entonces empezó a preguntar cosas realmente extrañas. Mi vestido, mis zapatos, mi corbata. Parecía divertido al verme responder. Llamó a la secretaria por el comunicador y pidió dos copas de café y me preguntó si yo quería. Dije que no, no me gusta el café. Me explicó lo delicioso que era, que no preparaban tinto común, que cada día había un café distinto. Me volví a explicar y accedí finalmente a tomarme un vaso de agua más por decencia que por gusto. Llegaron los cafés y bebió el suyo con un gusto exquisito casi de publicidad. Interrumpía para preguntar alguna cosa. Hablamos de mis padres y de mis planes, y asi, como moscas vagamos de un tema a otro, en un ambiente cada vez mas relajado.

-Vamos a programar una visita domiciliaria para la próxima semana- Se paós la mano por la cara -Es posible que lo llamemos para confirmar si estan en casa en ese momento o que simplemente vaya alguien-

Y con esa palabras se despidió. Salió del salón y quede hundido en la silla, en medio de las blancas paredes y frente a un vaso de agua que amenazaba con derramarse. Me incorporé y salí.

Pasó casi una semana. Llamaron la noche del Sábado a decir que iban al día siguiente en la mañana. Muy temprano me desperté y me bañé. Mi novia se mostró desprecupada y eso me irritó, debo reconocerlo. La obligué a bañarse y a que me ayudará a arreglar el apartamento. A las 8.30 de la mañana se anunció a la puerta el Señor Nieto. Lo invité a seguir pero se quedó parado bajo el dintel de la puerta.

-No creemos que encaje en esta compañía, señor...no encaja-

Y su figura se hizo pequeña en el hall del edificio muerto de esta mañana de domingo. sus pasos retumbaban en el silencio sepulcral al que había sometido mi vida durante una semana. Mi novia volvió al cuarto a terminar de dormir. Llené el crucigrama y volví al cuarto, me deslicé a su lado y dormimos.

un circo romano





Con ovaciones y gritos de jubilo, aplausos y abucheos, furia y ardor, los neo-romanos se han dado cita por segunda vez, al enfrentamiento gratuito que nos ofrecen unos guantes de box.

No menos espectacular que el circo romano del gran imperio, solo hacen falta los leones, y la perseución a cristianos. Aunque dada la naturaleza del evento, estos deben estar escondidos entre la multitud excitada.

Podría describirlo como una muchedumbre apostada al rededor del campo de batalla, iracunda, enardecida, hilarante y violenta. Las localidades se agotan pronto, sobre todos las de VIP que permiten gozar del espectáculo sentados. El resto, de pie, cierran este coliseo en pleno centro de la academia. Los organizadores del evento, con la mayor responsabilidad del caso, facilitan dos pares de guantes de boxeo a los asistentes, quienes voluntariamente aceptan darse trompadas contra algún desconocido que voluntariamnte se pone el otro par de guantes. Digo desconocido, por que los combates entre amigos son muy aburridos, y me parece que deberían prohibirlos. Solo deberían permitir peleas entre perfectos desconocidos, rivales consagrados, enemigos intimos y hermanos. En caso de combatir dos mujeres, y dada la escasez de estos enfrentamientos, no debería haber restricciones de consanguinidad, sino velarse por el espectáculo y la sana diversión.

Una vez los guantes han sido asignados vienen las instrucciones del caso, un memorial de cosas que se pueden hacer y otro montón de cosas que no: "No se pueden dar patadas". Y asi no mas, los dos gladiadores chocan los puños y se da via libre a un deporte espectáculo barbárico donde prevalece la brutalidad antes que la estética. Los puños son tan diversos como los participantes. Los hay en ráfaga: una seguidilla de golpes sin sentido que muy rara vez impactan severamente al oponente, muchas veces amedrentado por los erráticos movimeintos del adversario. Los golpes en seco son aquellos dejos de brillo boxístico que de manera precisa y contundente golpean la cabeza del contrincante, quien en ocasiones puede sufrir leves hemorragías nasales, bucales, o momentáneo aturdimiento. Este último sintoma, el peor de todos, produce actitudes heroico-suicidas y prolonga la pelea mientras la turba enardecida clama por más acción.

La actitud de los luchadores es muy particular, y se confunde con la de los espectadores, pues son dos roles que se alternan durante la tarde. No importa el porte físico de quien pelea, su técnica o actitud puede destrozar al oponente antes de lanzar el primer puño. Hubo pequeños Davides que derribaron Gigantes. Asi como fieros encuentros donde brillaba, a dios gracias, el desatino de los golpes y la pericia al esquivarlos, pues cualquier acierto habría sido fatal y causal de gritos y aplausos de la turba enardecida y sedienta que al termino de cada pelea pedía el cambio o la continuidad de los pújiles, con vivas y madrazos propios de cualquier evento deportivo.

Lo mejor de la tarde, fue cuando el escritor de este informe saltó al ruedo, lleno de energía y optimismo. Solo recuerdo el júbilo de la afición, sus gritos y aplausos, su emoción, su inmenso apoyo a quien en ese momento se deleitaba enviandome al piso con cada golpe que me zampaba. Despues de tres embestidas que yo inicié y tres sendos golpes en mi rostro, tiré la toalla. Eso de pelear no es lo mio, he sido muy mojigato y no domino el arte de la lucha cuerpo a cuerpo. También en cierto que no tenía nada en contra de mi compañero de ring, y así es muy dificil lograr atestar golpe alguno, necesito la motivación de la furia para poder participar y ganarme la afición de este circo romano.

Esperamos, y hablo por todos, que se siga repitiendo este acto barbárico y emocionante.

Futuras calenturas

Hoy que al fin tus piernas se levantan
Que el mundo se detiene a verte pasar
Que el calor de tu vientre me abraza
Que nadie quiere invitarte a cenar

Hoy que las torres y estatuas duermen
Que se cierra La Puerta de Alcalá
Que el País de Nunca Jamás se muere
Que a macondo no se puede viajar

Hoy que tus pechos son el aroma
de especias lejanas y tus labios,
humedas playas de naufragio

Hordas enteras corren para verte
Desnuda como estas de tanta muerte
Esperando poder ir, por fin, a la cama